El sábado, a eso de las once y pico, llegó Antonio a Atocha. Almorzamos sopa de tomates y pimientos y después le dí (en este párrafo soy Diego) un voltio por el Parque de Berlín, el Campo del Moro y el Templo de Debod, cargando a cuestas con su libro. Después nos separamos en el Teatro Real, pues iba a ver la obra Tancredi (con el reparto principal) con unos colegas suyos... No volvió a casa hasta las 5 de la mañana...
Para nuestra sorpresa llevabamos tan solo media hora cuando nos echaron de la pista por motivos de limpieza. Una máquina conducida por un empleado con un careto de "cuanto me gusta mi trabajo", peinó la pista entera dejandola lisa y sin charcos. Para entonces algunos ya teniamos los pantalones empapados... pero qué gustazo patinar con la pista recién limpita!
Por si alguno se queda con ganas de más, dejamos los enlaces de dos vídeos más: 1 y 2. Aunque por desgracia las grandes caídas no fueron grabadas. Juanmi por ejemplo aprendió a frenar, pero la chica que iba detrás de él aun no sabia frenar, y el guarrazo fue de lo lindo, volteretas en el suelo que nos convirtieron en una maraña de brazos y piernas. Y lo primero que dije fue: "¿Dónde están mis gafas?" . Pero de todo se saca algo "bueno", y fue así como demostré al mundo que las cuchillas de los patines SÍ que cortan.
El Domingo, justo después de comer, Antonio y yo (Diego) nos despedimos de Ramón y nos fuimos a pillar dos "entradas de último minuto" para ver Tancredi con el reparto secundario. En la cola ayudé a una tal Aída a sacar una entrada, y al instante descubrimos que era una amiga de Antonio. Total, que tras un ratillo viendo pelucas vimos la obra, que estuvo impresionante. Para mí fue un valor añadido sentarme al lado de un señor que había pagado 150 euros por la misma localidad que yo había conseguido por 15. Fue un goce para mi alma (algún día os describiré este sentimiento). Tras la obra, tuvimos la oportunidad de entrar en los camerinos a conocer a los artistas y al director de orquesta (que tenía diarrea ese día: "¡Yo tengo diarreaaa!" gritaba con acento italiano ¿o algo así, no Antonio?).
Después cogimos el metro con Aída y entonces decidí hacerle un poema a sus pequeñas manos. NO a ella :) (No conozco de nada a la pobre muchacha). Poco más. Al llegar nos fuimos de tostas, vimos una "historia para no dormir" y, paradójicamente, dormimos. Antonio cogió el tren a las 9.30 del día siguiente. Nuestra semana Overbooking había terminado... Y la más aburrida de todas estaba por empezar...